Desde los albores
de la civilización, nuestros ancestros ligaban el brillo de la plata con la
imagen de nuestra luna. Artemisa, la diosa griega de la luna, calzaba sandalias
plateadas e iba armada con arco y flechas forjadas en plata. Así que esta
comparación con nuestro satélite resulta muy apropiada porque, como la luna, la
plata también tiene muchas fases.
Las evidencias
encontradas demuestran que la plata se separó por primera vez del plomo hacia
el año 3000 antes de Cristo. Muchas civilizaciones antiguas empleaban la plata
como dinero, incluyendo los griegos, romanos y otomanos. Y todo gracias a las propiedades naturales de plata;
maleabilidad, divisibilidad, durabilidad, consistencia y rareza. Unas
características que la convierten en el más dinámico de los metales preciosos.
Históricamente también se ha utilizado la plata
para prevenir y combatir enfermedades. Hoy ya sabemos
que la plata tiene propiedades antibacterianas, únicas e impresionantes, que
ayudan a descomponer las paredes celulares de las bacterias dañinas. La plata
también es el metal más conductor y uno de los tres metales más reflectantes,
junto con el oro y el aluminio (en función de la longitud de onda de la luz).
Estas propiedades colocan a la plata entre los metales industriales más
importantes, con unos usos tan diversos que van desde la fotografía a la
fabricación de paneles solares.
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